jueves, 31 de enero de 2008

La isla de los sentimientos

Érase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos: la Alegría, la Tristeza y muchos más, incluyendo el Amor.
Un día, se les fue avisando a los moradores, que la isla se iba a hundir.
Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir, pero el Amor se quedó, porque se quería quedar un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese.
Cuando por fin, estaba ya casi ahogado, el Amor comenzó a pedir ayuda.
En eso venía la Riqueza y el amor dijo:
- Riqueza, ¡llévame contigo!
- No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti, dijo la riqueza.
El Amor le pidió ayuda a la Vanidad, que también venía pasando:
- Vanidad, por favor ¡ayúdame!
- No te puedo ayudar, Amor, tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo!
Entonces, el Amor le pidió ayuda a la Tristeza:
- Tristeza, ¿me dejas ir contigo?
- ¡Ay Amor! Estoy tan triste que prefiero ir sola.
También pasó la Alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al Amor llamar.
Desesperado, el Amor comenzó a llorar, ahí fue cuando una voz le llamó:
- Ven, Amor, yo te llevo. Era un viejito, y el Amor estaba tan feliz que se le olvidó preguntarle su nombre.
Al llegar a tierra firme, le preguntó a la Sabiduría:
- Sabiduría, ¿quién era el viejito que me trajo aquí?
La Sabiduría respondió:
- Era el Tiempo.
- ¿El Tiempo? Pero, ¿por qué sólo el Tiempo me quiso traer?
La Sabiduría respondió:
- Porque sólo el Tiempo es capaz de ayudar y entender al Amor.

miércoles, 30 de enero de 2008

Ni tú ni yo somos los mismos

El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión.
Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
- ¿No estás enfadado, señor?
- No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
- ¿Por qué?
Y el Buda dijo:
- Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.
El Maestro dice:
- Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable.

martes, 29 de enero de 2008

¿Cómo es tu corazón?

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca.
Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni máculas ni rasguños.
Si, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto.
Al verse admirado el joven sé sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.
De pronto un anciano se acercó y dijo:
- ¿Por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío?
Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, este estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor.
Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió. ¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?, pensaron.
El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír.
- Debes estar bromeando, dijo. Comparar tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor.
- Es cierto, dijo el anciano, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo.
- Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mí corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido.
- Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos, dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón.
- ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?.
El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.
El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con el tapó la herida abierta del joven.
La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

El naufragio

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. Pidió fervientemente a Dios ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar.
Cansado, finalmente optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y almacenar sus pocas pertenencias.
Entonces un día, tras de merodear por la isla en busca de alimento regresó a su casa para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido, lo había perdido todo.
Quedó anonadado de tristeza y rabia.
- Dios, ¿cómo pudiste hacerme esto?, se lamentó.
Sin embargo, al día siguiente fue despertado por el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo.
- ¡¿Cómo supieron que estaba aquí?! - preguntó el cansado hombre a sus salvadores.
- Vimos su señal de humo, contestaron ellos.

viernes, 25 de enero de 2008

El pequeño Jaime

Jamie estaba intentando conseguir una parte en una obra en la escuela. Su mamá me dijo que el niño había puesto su corazón en ello, aún así ella temía que no sería elegido.
El día que las partes de la obra fueron repartidas, yo estuve en la escuela. Jaime salió corriendo con los ojos brillantes con orgullo y emoción.
- ¡¡Adivina qué mamá!!, gritó, y dijo las palabras que permanecerán como una lección para mí:
- ¡He sido elegido para aplaudir y animar".

jueves, 24 de enero de 2008

El adoptado

La Maestra Debbie Moon's de primer grado estaba discutiendo con su grupo la fotografía de una familia.
Había un niño en la pintura que tenia el cabello de color diferente al del resto de los miembros de la familia. Uno de los niños del grupo sugirió que el niño de la pintura era adoptado y una niña compañera del grupo le dijo:
- Yo sé todo de adopciones porque yo soy adoptada.
- ¿Qué significa ser adoptado?, preguntó otro niño.
- Significa, dijo la niña, que tú creces en el corazón de tu mamá en lugar de crecer en su vientre.

miércoles, 23 de enero de 2008

El niño más cariñoso

Al autor y orador Leo Buscaglia se le solicitó una vez que fuera parte del jurado en un concurso. El propósito del concurso era encontrar al niño más cariñoso.
El ganador fue un niño de 4 años cuyo vecino era un anciano a quien recientemente le había fallecido su esposa.
El niño al ver al hombre llorar, fue al patio de la casa del hombre, se subió a su regazo y se sentó.
Cuando su mamá le preguntó que le había dicho al vecino, el pequeño niño le contestó:
- Nada, solo le ayudé a llorar.

martes, 22 de enero de 2008

Fiesta de poetas

Aquella mañana de octubre, Marisa Pelufo mi profesora de lengua y literatura ingresó a tercero comercial con su habitual encanto juvenil.
Entonces descubrí que no era el único que sufría esa febril atracción por ella, y que ya no era exclusivamente mía como lo había creído hasta ese momento. Éramos treinta y dos vándalos apiñados en un salón diseñado para veinte, y el curso más revoltoso de la escuela.
Sin embargo manteníamos una excelente conducta durante las clases de literatura, lo que motivó comentarios suspicaces en la sala de profesores, a tal punto que nos compararon con los dulces y candorosos angelitos de estampitas religiosas.
Esas circunstancias me obligaron a tomar la delantera. Al día siguiente, y para que mi propósito no se enfriara, decidí escribirle una carta a la profe, declarándome perdidamente enamorado de ella.
Para conquistarla, y sabiendo la devoción que tenía por la poesía, busqué en un libro que creí de Pablo Neruda, estos versos que cuidadosamente copié a mitad de página: "Si al mecer las azules campanillas de tu balcón, crees que suspirando pasa el viento murmurador, sabe que oculto entre las verdes hojas suspiro yo".
Los días que siguieron fueron interminables. Con impaciencia conté cada minuto que faltaba para la próxima clase. Hasta que por fin llegó la hora, y contrariamente a lo que yo aspiraba, Marisa entró al aula con la soltura juvenil de siempre, y ordenó tomar una hoja:
– Ahora voy a dictarles estas rimas de Bécquer... –dijo tomando una de las tantas hojas que acomodó sobre su escritorio.
Para mi sorpresa, vi que el papel que tenía en sus manos era nada menos que mi carta, cuyas rimas comenzó a recitar mientras su mirada recorría toda la clase. Mi sangre pareció congelarse, mientras un sudor frío corría por mis costillas. "Está buscando al atrevido que la escribió" – pensé simulando serenidad.
Cuando nuestras vistas se encontraron, mi labio superior comenzó a temblar nerviosamente.
Creo que ella se dio cuenta, pero continuó la clase como si no hubiera pasado nada y comenzó a dictar: "Si al mecer las azules campanillas..."
– Pero, señorita, ¿no es Neruda? – interrumpí electrizado.
– No, alumno –me respondió con toda naturalidad– es Bécquer... – y tomando otro papel prosiguió: Neruda escribió así: "Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote, amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado..."
Luego, ante el asombro de todos, tomó una tercera hoja y dijo:
– Machado también escribió versos tan bellos como estos: "Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz en mi oído..."
Y después, tomando otra hoja y luego otra y otra más, prosiguió recitando a García Lorca, Almafuerte, Quevedo, Hernández...
– Queridos alumnos –dijo finalmente– gracias por sus trabajos. Ayer fue el día más feliz de mi vida. Gracias por comprender mi locura poética... Espero que algún día pueda decir de alguno de ustedes: "Ese gran poeta fue alumno mío".
El silencio de la clase fue total, sólo se oía el rumor del viento primaveral que se filtraba por la quebradura de un vidrio; "deben ser los poetas que están de fiesta", pensé.

Autor: José Brendan Wallace

lunes, 21 de enero de 2008

La hormiga

Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de identificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores..." Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.)

Autor: Marco Denevi
Publicado en Falsificaciones (1966)

viernes, 18 de enero de 2008

El batracio

Yo fui un niño bien feo. Era tan espantoso que todos los niños se negaban rotundamente a estar conmigo. Mucho menos ser mis amigos. Ni siquiera me hablaban y si lo hacían era para insultarme con improperios sacados de diccionarios callejeros. Hasta las cuatro hermosas hijas de doña Oliva que eran tan educaditas y de quienes estaba enamorado. A ellas también les alcancé a oír el comentario de que un sapo era más lindo.
Ese día sentí que una flecha atravesó mi corazón. Quise verme en un espejo pero me di cuenta que mis padres los habían botado para evitar que me viera.
Desbaratado ese amor platónico me dio por jugar con los sapos. Pasaba horas y horas buscándolos en los solares abandonados. Un día, mientras trataba de coger uno, vi mi figura reflejada en un charco. Al principio me asusté, pero poco a poco empecé a darle la razón a todo el mundo y serenamente acepté mi desventajosa condición. Al verme como un sapo, quise identificarme con esos animales que antes perseguía y mataba.
Les tuve compasión y a partir de ese día los protegía de los otros niños que los destripaban con enormes piedras. Poco a poco empecé a imitarlos en sus movimientos. Me encogía como ellos, y cuando me iban a maltratar mis compañeros, huía hacia los rincones brincando como un sapo. Esta actitud de batracio me salvó de muchos peligros.
Un día vi un sapo especial. Parecía que una luz le daba la energía para saltar bien alto. No era una luz celestial sino como salida de los más profundo de las entrañas de la tierra. Lo perseguí y cuando estaba a punto de atraparlo saltó a un charco dejándome la luz entre mis manos. Temí quemarme y por eso asustado sacudí mis manos. Un anillo de oro cayó al suelo. Con mucho recelo y tentándolo con una varita como antes lo hacía para molestar a los sapos perdí el temor y lo recogí. Me lo puse en el dedo medio de la mano izquierda. Enseguida el anillo se encogió y fue imposible quitármelo.
A partir de ese día la vida se me iluminó. Nadie más se volvió a burlar de mí. Todo el mundo me trataba con una deferencia poco común. No acostumbrado a ser el centro de las alabanzas sino de los insultos, esta situación me tenía descontrolado. Aunque trataba de buscar la razón de este cambio, no la hallaba por ningún lugar.
Por casualidad una vez vi mi reflejo en el anillo. Fue algo fugaz que me hizo estremecer. Volví a mirar detenidamente y me encontré con un adonis reflejado en el anillo. Una felicidad me invadió. Desde ese momento no paro un solo instante de mirarme en el anillo.
Ahora me llaman creído, arribista y petulante. Cuando me dicen esas cosas, por un momento dejo de contemplar mi deslumbrante belleza y con desprecio levanto mi mano izquierda, encojo los dedos y con solemnidad les muestro el dedo del corazón.

Autora: Silvana Pachón

jueves, 17 de enero de 2008

La ermita

El viejo Haakon cuidaba cierta Ermita. En ella se veneraba un crucifijo de mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre, bien significativo de "Cristo de los Favores". Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo:
- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en La Cruz. Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta.
El Crucificado abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
- Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.
- ¿Cuál, Señor?, preguntó con acento suplicante Haakon.
- Es una condición difícil, dijo el Señor.
- Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor, respondió el viejo ermitaño.
- Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio.
- Haakon contestó: Os, lo prometo, Señor.
Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque.

Nadie reconoció al ermitaño, colgado de cuatro clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores. Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vió y calló.
Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se a había apropiado.
El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:
- ¡Dame la bolsa que me has robado!
El joven sorprendido, replicó:
- No he robado ninguna bolsa.
- ¡No mientas, devuélvemela enseguida!
- Le repito que no he cogido ninguna bolsa, afirmó el muchacho.
El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte:
- ¡Detente!
El rico miró hacia arriba y vió que la imagen le hablaba.
Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.

Cuando la Ermita quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
- Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
- Señor, dijo Haakon, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?.
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño que quedó ante el Crucifijo.
El Señor, clavado, siguió hablando.
- Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal.
Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo.
Y la sagrada imagen del crucificado guardó silencio.

miércoles, 16 de enero de 2008

Entrevista con Dios

Con mi título de periodista recién obtenido, decidí realizar una Gran Entrevista, y mi deseo fue concedido permitiéndoseme una reunión con DIOS.
- Pasa, me dijo Dios. ¿Así que quieres entrevistarme?
- Bueno, le contesté, si tienes tiempo...
Se sonríe por entre la barba y dice:
- Mi tiempo se llama eternidad y alcanza para todo. ¿Qué preguntas quieres hacerme?

- Ninguna nueva, ni difícil para Tí: ¿Qué es lo que más te sorprende de los hombres?
Y dijo:
- Que se aburren de ser niños, apurados por crecer y luego se pasan el resto de sus vidas suspirando por ser niños.
- Que primero pierden la salud para tener dinero y acto seguido pierden el dinero para recuperar la salud.
- Que por pensar ansiosamente en el futuro, descuidan su hora actual, con lo que ni viven el presente ni el futuro.
- Que viven como si no fueran a morirse, y se mueren como si no hubieran vivido, y pensar que YO..., con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada dejó de hablar. Sus manos toman fuertemente las mías y seguimos en silencio.

Después de un largo tiempo y para cortar el tema, le dije:
- ¿Me dejas hacerte otra pregunta?
No me respondió con palabras, sino sólo con su tierna mirada.
- Como Padre, ¿qué es lo que le pedirías a tus hijos?
- Que aprendan que no pueden hacer que alguien los ame. Lo que si pueden hacer es dejarse amar.
- Que aprendan que toma años construir la confianza y sólo segundos para destruirla.
- Que lo más valioso no es lo que tienen en sus vidas sino A QUIEN tienen en sus vidas.
- Que aprendan que no es bueno compararse con los demás, pues siempre habrá alguien mejor o peor que ellos.
- Que "rico", no es el que más tiene, sino el que menos necesita.
- Que aprendan que deben controlar sus actitudes, o sus actitudes los controlaran.
- Que bastan unos pocos segundos para producir heridas profundas en las personas que amamos y que pueden tardar muchos años en ser sanadas, muchas veces, esto nunca se logra.
- Que aprendan que a perdonar se aprende practicando.
- Que hay gente que los quiere mucho, pero que simplemente no saben como demostrarlo.
- Que aprendan que el dinero lo compra todo menos la felicidad.
- Que a veces cuando estén molestos tienen derecho a estarlo, pero eso no les da derecho a molestar a los que lo rodean.
- Que los grandes sueños no requieren de grandes alas, sino de un tren de aterrizaje para lograrlos.
- Que los amigos de verdad son tan escasos, que quien ha encontrado uno ha encontrado un verdadero tesoro.
- Que no siempre es suficiente ser perdonado por otros, algunas veces deben perdonarse a si mismos.
- Que aprendan que son dueños de lo que callan y esclavos de lo que dicen.
- Que de lo que siembran, cosechan; si siembran chismes, cosecharan intrigas. Si siembran amor, cosecharan felicidad.
- Que aprendan que la verdadera felicidad no es lograr sus metas, sino aprender a ser feliz con lo que tienen.
- Que aprendan que la felicidad no es cuestión de suerte sino producto de sus decisiones.
- Ellos deciden ser felices con lo que son y tienen, o morir de envidia y celos por los que les falta y carecen.
- Que dos personas pueden mirar una misma cosa y ver algo totalmente diferente.
- Que sin importar las consecuencias, aquellos que son honestos consigo mismos, llegan lejos en la vida.
- Que a pesar de que piensen que no tienen nada más que dar, cuando un amigo llora con ellos, encuentran la fortaleza para vencer sus dolores.
- Que retener a la fuerza a las personas que aman, las aleja más rápidamente de ellos y al dejarlas ir, las deja para siempre a su lado.
- Que a pesar de que la palabra amor puede tener muchos significados distintos, pierde valor cuando es usada en exceso.
- Que aprendan que amar y querer no son sinónimos sino antónimos, el querer lo exige todo, el amor lo entrega todo.
- Que nunca harán nada tan grande para que Dios los ame más, ni nada tan malo para que los ame menos. Simplemente, los amo a pesar de sus conductas.
- Que aprendan que la distancia más lejos que puedan estar de Mí, es la distancia de una simple oración.

Y así, en un encuentro profundo, tomados de la mano, continuamos en silencio.

martes, 15 de enero de 2008

El ciego

Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto del hospital.
A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación.
El otro tenía que permanecer acostado de espaldas todo el tiempo.
Conversaban incesantemente todo el día y siempre hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, experiencias durante sus servicios militares y sitios visitados durante sus vacaciones.

Todas las tardes el paciente ubicado al lado de la ventana se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía. Con el tiempo, el compañero acostado de espaldas -que no podía asomarse a la ventana- se desvivía por esos períodos de una hora durante los que se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior.
La ventana, según su compañero, daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla. Los enamorados se paseaban tomados de la mano entre las flores multicolores, en un paisaje con árboles majestuosos. En la distancia se divisaba una bella vista de la ciudad.
A medida que el paciente cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco.
Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital y aunque él no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.

Pasaron los días y las semanas y una mañana, la enfermera al entrar para el aseo matutino, encontró el cuerpo sin vida del paciente cuya cama estaba cerca de la ventana. Parecía haber expirado tranquilamente, durante su sueño.
Con mucha tristeza, avisó para que trasladaran el cuerpo. Al día siguiente, el otro paciente pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó solo.
Con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó de un codo para poder mirar al mundo exterior por primera vez. Finalmente tendría la alegría de verlo por sí mismo.
Se esforzó para asomarse a la ventana y lo que vio fue la pared del edificio de al lado.
Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas que dijo haber visto a través de la ventana.
La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ver ni la pared de enfrente.
"Quizás solamente deseaba animarlo a usted", dijo.

lunes, 14 de enero de 2008

Dios miró el mundo

Un día, Dios miró al mundo y sintió una profunda misericordia. Decidido, levantó su mano y, durante la noche más oscura, convirtió el mundo entero en un paraíso.

Al día siguiente, cuando sus hijos despertaron, se vieron diferentes. Ya no había enfermedades, todos eran muy hermosos.
Aún la persona que era más pobre, se vestía de oro y tenía comida en abundancia. Llenos de felicidad, todos comenzaron a gritar felices por el mundo, era un paraíso.

Fue unos días después que un hombre, mirando la casa de su vecino - en realidad, un palacio - vio que éste tenía unas vacas en su jardín.
Entonces decidió aprovechar un momento en que estaba fuera para tomar de la leche. El vecino, sin embargo, llegó antes que el hombre se fuera y quedó muy enojado.

Cosas así comenzaron a suceder en todo el mundo. Y, un mes después de la creación del paraíso, estalló una guerra entre dos ciudades. ¡Dios no lo podía creer!
Todos tenían todo y aún así batallaban por cosas que realmente no necesitaban. Diez años después, cuando el paraíso se había tornado en una mera historia..., un cuento narrado a los niños en la escuela..., Dios nuevamente miró a su creación.

Suspiró hondo y pensó que, la próxima vez, va a crear el paraíso primero en los corazones de los hombres.
Lo externo... vendrá naturalmente.

viernes, 11 de enero de 2008

Póstuma bigamia

La muerte fue lo único que pudo controlar a Pedro. Durante veinte años estuvimos casados y por diecinueve años había convivido con otra mujer sin que las dos nos enteráramos. Siempre vivía quejándose de la cantidad de trabajo. Hasta los fines de semana tenía que soportar sus ausencias.
El día del entierro, otra mujer de luto como yo, lloraba desconsoladamente a la par conmigo. Nunca la había visto y me pareció extraña tanta pena. Pensé que era algún familiar, posiblemente una hermanastra que por aquello de guardar las apariencias no me la había presentado. Conmovida por su llanto y su desolación me acerqué a consolarla. Le pregunté que si era la hermana del difunto y moviendo la cabeza me hizo entender que no. Sacando mi orgullo a relucir le dije un poco altanera que se había equivocado de funeral. Bruscamente levantó la cara, enjugó las lágrimas y con una tristeza profunda que me atravesó el alma me dijo: ¡Es que no se da cuenta que soy su esposa!

Autora: Ana Kohly

jueves, 10 de enero de 2008

Los clavos

Esta es la historia de un muchachito que tenia muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.

El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que el aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta.

Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter.

Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta. Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:
- Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves.

miércoles, 9 de enero de 2008

Meloso amor

¿Qué le pasa a este reloj? ¡No se mueve! ¡Los segundos son horas, los minutos días, las horas meses y los meses eternidad!
Trato de no perder la paciencia, pero solo saber que alguien me espera me hace perder la concentración. A esta silla dura de madera le crecen espinas. No me puedo sentar tranquila. Me muevo de lado a lado en búsqueda de la comodidad, pero no la encuentro.
Mientras todo esto pasa, yo sé que me espera. Ya lo he visto por la ventana. Siempre está ahí y siempre me espera sin moverse o decir una sola palabra como si para él el tiempo no existiera.
Mi cuerpo lo desea y protesta por la espera. Todos se dan cuenta menos el profesor que sigue botando sus palabras al aire que es el único que le presta atención porque se las lleva bien lejos. Mis protestas se vuelven más obvias y se me hace más difícil disimular. Miro a mi reloj y sus manos no se mueven. Es como si se hubieran paralizado. ¿Qué hago? ¡No puedo esperar! Si me voy y lo busco sé cuanto me va a costar.
En un arranque de desesperación me levanto bruscamente y corro hacia él. Al acercarme a la ventana veo como impasible me llama. Casi no puedo probar su dulzura, aspirar su perfumado aliento y sentir cómo se derrite con mis besos.
Esta entonación sólo dura un instante porque me percato de algo grave. Él no se entrega gratis y no tengo suficiente dinero para disfrutar de su ternura como lo hace en otros lugares donde casi se regala. Aquí cada vez se pone más difícil.

El Snickers que yo quiero cuesta un dólar y sólo tengo la mitad. ¡Qué desgracia! Tanto desespero, tantas ansias, tantos sueños melosos... para terminar con la boca amarga.

Autora: Silvana Pachón

martes, 8 de enero de 2008

La cuerda de la vida

Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación.
Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde. No se preparó para acampar, sino que siguió subiendo decidido a llegar a la cima, hasta que se hizo la oscuridad. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, resbaló y se desplomó por los aires... Caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo partió en dos. Si como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. Después de un momento de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas:
- ¡¡¡Ayúdame Dios mío!!!...
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
- ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA, HIJO MIO?
- Sálvame, Dios mío
- ¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?
- Por supuesto, Señor
- ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE...
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...

Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda... A TAN SOLO DOS METROS DEL SUELO.

lunes, 7 de enero de 2008

El mago

Mi papá tenía poderes mágicos. Sí, era un mago. Era el mejor de “El Circo Universal”. Él podía aparecer y desaparecer con una habilidad extraordinaria. Al desaparecer del escenario, aparecía en medio de los niños quienes lo celebraban a gritos.

En la casa le gustaba perdérsele a mi mamá. Como yo estaba pequeña, lo buscaba por toda la casa. Creía que jugaba a las escondidas. A veces pasaban meses y no lo veía por ningún lugar. Súbitamente aparecía como si nunca se hubiera ido y nada hubiera pasado durante su ausencia. Al recibir el reproche de mi madre, se hacía el loco. Empezaba a corretear a mi mamá quien terminaba perdonando sus andanzas, primero por sus zalamerías, segundo por temor a que con su magia la desapareciera a ella también.

Con el paso del tiempo sus poderes mágicos le empezaron a fallar. Sus ausencias se hicieron más largas. Reaparecía arrastrando el cuerpo como si los años le pesaran. A tal punto llegó su dejadez que una vez desapareció sin dejar rastro. Desapareció para siempre.

Los años pasaron y yo seguí buscándolo por todos los rincones de la casa con la esperanza de que su magia lo volviera sano y salvo. Sin embargo, un día mientras caía la lluvia la esperanza se deshizo y comprendí que en lugar de buscar al mago, que posiblemente era un embustero, debía emprender la búsqueda de mí misma.
Autora: Silvana Pachón

viernes, 4 de enero de 2008

Sin nombre 2

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
- ¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo - contesto ELIAHU sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro - contesto el viejo.
- ¿Qué siembras aquí, ELIAHU?
- Dátiles - respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar.
- ¡¡¡Dátiles!!! - repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
- El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
- Dime, amigo: ¿Cuántos años tienes?
- No se... sesenta, setenta, ochenta, no se... lo he olvidado... pero eso ¿qué importa?
- Mira amigo, los datileros tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
- Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
- Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
- Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
- Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas.
- Y a veces pasa esto - siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas- : sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces.
- Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

Autor: Jorge Bucay

jueves, 3 de enero de 2008

El conejo en la luna

Hace muchísimo tiempo había un mono, una zorra y un conejo que vivían juntos como buenos amigos. Durante el día se divertían en los campos y en los prados y por la noche regresaban al monte.

Así transcurrieron varios años. Pero un día el Señor del Cielo oyó hablar de ellos y queriendo comprobarlo con sus propios ojos, se disfrazó de viejo vagabundo y se acercó por aquellas tierras.

- He viajado por valles y montañas, estoy cansado y me faltan fuerzas. ¿Me podrían dar algo de comer?, dijo, dejando caer su bastón y sentándose a descansar.

El monito, aprovechando su agilidad, salió enseguida a buscar frutos de los árboles y se los trajo.

La zorra aprovechando su astucia le trajo peces del río.

El conejo corrió por los campos en todas direcciones pero no consiguió encontrar nada.

Cuando los tres volvieron, el mono y la zorra se burlaban de el: "NO SIRVES PARA NADA".
El conejo se quedó triste y pensativo. Al cabo de un rato, pidió que el mono fuese a recoger leña y a la zorra que encendiese un gran fuego lo que hicieron sin tardanza.

Entonces el conejo le dijo al anciano:
- Cómeme, por favor, y arrojándose al fuego se ofreció en holocausto.

Al ver esto el “viejo vagabundo” experimentó un profundo dolor, y lloró copiosamente mirando al cielo. Luego, golpeando el suelo con su bastón exclamó:
- Todos merecéis mis alabanzas, pues habéis sido buenos y valientes. No hay ni vencedores ni vencidos, pero la prueba de AMOR del conejo ha sido excepcional.

Y volviendo el conejo a su forma original, llevó su cadáver consigo al cielo y lo enterró en el Palacio de la Luna.

Y, desde entonces, en las noches de luna llena se ve un conejito.

miércoles, 2 de enero de 2008

Sin nombre

Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le iluminara el camino que debía seguir. Todas las noches, al acostarse, le pedía a Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida.

Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi-místico buscando recibir una señal divina.
Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota. Se quedó mirándolo y de repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de un sólo bocado.
Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas.
Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera comer. Increíble.

Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las heridas y darle de beber.

El hombre se dijo:
Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara. "Dios se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las cosas".

Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber.
Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días... pero nadie le daba nada.
Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le daban nada.

Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre hombre, que estaba muy angustiado, le dijo:
- Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente...
Y le contó lo que había visto en el bosque.

El sabio lo escuchó y luego dijo:
- Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente.
Dios no manda señales en vano. Dios te mandó esa señal para que aprendieras.
El hombre le preguntó:
- ¿Por qué me abandonó?
Entonces el sabio le respondió:
- ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo? Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus propios medios.

Autor: Jorge Bucay