jueves, 3 de abril de 2008

La llama del amor

El fuego de una pasión
muy tarde o nunca se apaga,
aunque en el pecho se haga
pedazos el corazón;

porque el alma enamorada
que aparece fría y muerta
se reanima y despierta
al calor de una mirada.

Autor: Teodoro Guerrero

viernes, 1 de febrero de 2008

La carga que se hizo dulce

Después de crear la luz, las estrellas, el sol, la luna, el agua, las nubes y la tierra; Dios quiso crear los seres vivos, y empezó con las plantas.
Y así creó la hierba que la hizo verde, fresca y suave. Viendo que era buena se animó y creó las flores dando rienda suelta a su imaginación (¡figúrate lo que puede dar de sí la imaginación de Dios!) y las hizo de todos los colores tamaños y formas.
Aquí también quedó satisfecho, así que pensó en avanzar un poco más y formó los arbustos y matorrales más duros y resistentes. Y cuando ya había ensayado con el herbaje las flores y los arbustos, decidió culminarlo todo con la obra maestra de los vegetales e hizo los árboles.
Uno alto, espigado, con hojas pequeñas y gruesas, y el tronco resinoso.
Era bonito, pero Dios quiso hacer otro mejor aún, así que puso todo su amor e hizo otro con tronco mucho más grueso, con unas ramas que se abrían y bifurcaban infinitas veces formando ramas inmensas llenas de hojas. ¡Y qué hojas!
Grandes, con forma de estrella, y de un verde, que al soplar el viento producían unos brillos de lentejuelas y un susurrar que calmaba al más espírico. Y todo ello sustentado por raíces tan grandes y fuertes que sobresalían de la tierra. Y tal era el aspecto del nuevo árbol que daba la impresión de que si no estuvieran ahí todo el árbol subiría a los cielos.
Era, con mucho, el más bonito de todo el Jardín del Edén. Tanto era así que los pájaros, cuando todo estuvo creado, buscaban sus ramas para anidar, las ardillas buscaban las rugosidades de su corteza para cobijarse, todo tipo de animales buscaban sombra bajo sus ramas, se rascaban en su tronco. Todos estaban muy felices con ese árbol tan bonito. Todos... menos él.
Siempre estaba refunfuñando y de mal humor.
Un día Dios le preguntó el motivo de su enfurecimiento y él le dijo:
- ¿Por qué me has maldecido así? ¿Qué he hecho yo? No comprendo qué afrenta te habré causado para que me pongas estas ramas tan grandes y pesadas, que encima tienen que soportar estas infinitas y enormes hojas que son muchas más de las que puedo cargar. ¡¿No ves que pesan mucho?!
El otro árbol lleva con ligereza esas hojitas minúsculas que le has dado, pero yo debo cargar con semejante lastre. Me has hecho mal. ¡No quiero éstas hojas!
Dios, al ver su cerrazón le dijo:
- De acuerdo, si crees que es lo mejor así sea. A partir de mañana no tendrás hojas.
El árbol se quedó encantado ante la idea y esa noche durmió feliz y esperanzado. Por la mañana se llenó de júbilo al ver que todas sus hojas estaban secas en el suelo. Pero pronto su alegría se tornó en tristeza.
Ya nadie iba a acogerse bajo su sombra, las ardillas ya no correteaban por él, los pájaros ya no anidaban sobre sus ramas. Bien es cierto que antes eran un incordio con sus piares, sus arañazos, su continua presencia no le dejaba descansar, pero estaba ahora tan solo, y pasaba tanto frío que empezó a llorar.
Tanto lloró que Dios se apiadó de él y le dijo:
- Ahora te das cuenta de tu gran soberbia y comprendes que no hay nadie más sabio que Yo. Esas hojas que te di eran precisamente lo que te hacía el ser el más deseado. ¿No compensaba eso con creces el peso de las hojas? ¿No te das cuenta de que ya te había dado yo fuertes ramas para sujetar semejante follaje?
Voy a devolverte tus hojas, pero para que no se te olvide tu osadía todos los años, en invierno te quitaré tus hojas, y para que compruebes Mi misericordia te las devolveré en primavera, y así el resto de los animales podrán volver a disfrutar de tu sombra.Y así fue. Y el árbol, cada vez que apreciaba el peso de sus hojas se alegraba al pensar en la gran suerte que tenía al llevar semejante peso. Y esto se transmitió de generación en generación entre todas las familias de los árboles descendientes de aquel árbol. Y es por eso que aún hoy hay árboles a los que se les caen las hojas

jueves, 31 de enero de 2008

La isla de los sentimientos

Érase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos: la Alegría, la Tristeza y muchos más, incluyendo el Amor.
Un día, se les fue avisando a los moradores, que la isla se iba a hundir.
Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir, pero el Amor se quedó, porque se quería quedar un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese.
Cuando por fin, estaba ya casi ahogado, el Amor comenzó a pedir ayuda.
En eso venía la Riqueza y el amor dijo:
- Riqueza, ¡llévame contigo!
- No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti, dijo la riqueza.
El Amor le pidió ayuda a la Vanidad, que también venía pasando:
- Vanidad, por favor ¡ayúdame!
- No te puedo ayudar, Amor, tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo!
Entonces, el Amor le pidió ayuda a la Tristeza:
- Tristeza, ¿me dejas ir contigo?
- ¡Ay Amor! Estoy tan triste que prefiero ir sola.
También pasó la Alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al Amor llamar.
Desesperado, el Amor comenzó a llorar, ahí fue cuando una voz le llamó:
- Ven, Amor, yo te llevo. Era un viejito, y el Amor estaba tan feliz que se le olvidó preguntarle su nombre.
Al llegar a tierra firme, le preguntó a la Sabiduría:
- Sabiduría, ¿quién era el viejito que me trajo aquí?
La Sabiduría respondió:
- Era el Tiempo.
- ¿El Tiempo? Pero, ¿por qué sólo el Tiempo me quiso traer?
La Sabiduría respondió:
- Porque sólo el Tiempo es capaz de ayudar y entender al Amor.

miércoles, 30 de enero de 2008

Ni tú ni yo somos los mismos

El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión.
Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
- ¿No estás enfadado, señor?
- No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
- ¿Por qué?
Y el Buda dijo:
- Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.
El Maestro dice:
- Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable.

martes, 29 de enero de 2008

¿Cómo es tu corazón?

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca.
Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni máculas ni rasguños.
Si, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto.
Al verse admirado el joven sé sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.
De pronto un anciano se acercó y dijo:
- ¿Por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío?
Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, este estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor.
Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió. ¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?, pensaron.
El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír.
- Debes estar bromeando, dijo. Comparar tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor.
- Es cierto, dijo el anciano, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo.
- Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mí corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido.
- Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos, dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón.
- ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?.
El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.
El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con el tapó la herida abierta del joven.
La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

El naufragio

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. Pidió fervientemente a Dios ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar.
Cansado, finalmente optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y almacenar sus pocas pertenencias.
Entonces un día, tras de merodear por la isla en busca de alimento regresó a su casa para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido, lo había perdido todo.
Quedó anonadado de tristeza y rabia.
- Dios, ¿cómo pudiste hacerme esto?, se lamentó.
Sin embargo, al día siguiente fue despertado por el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo.
- ¡¿Cómo supieron que estaba aquí?! - preguntó el cansado hombre a sus salvadores.
- Vimos su señal de humo, contestaron ellos.