viernes, 31 de agosto de 2007

El cofre de vidrio roto

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.
— No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.
Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.
— ¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa.
— Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo.
— Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.
— ¡Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos!
— Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.
— Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños. Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.

Autor: William J. Bennet

jueves, 30 de agosto de 2007

El ángel

Cuenta una antigua leyenda de un niño que estaba por nacer, el cual un día le dijo a Dios:

- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra, pero, ¿Cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?

- Entre todos los ángeles, elegí uno para ti que te está esperando y te cuidará.

- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír. ¿Eso bastara para ser feliz?

- Tu ángel te cantara, te sonreirá todos los días, y tú sentirás su amor y serás feliz.

- ¿Y como entenderé lo que la gente habla si no conozco el idioma de los hombres?

- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y tiernas que puedas escuchar y con paciencia y cariño te enseñara a hablar.

- ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?

- Tu ángel te juntará las manitas y te enseñara a orar.

- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quien me defenderá?

- Tu ángel te defenderá aun a costa de su propia vida.

En ese momento reinaba una gran paz en el cielo, pero ya se oían voces terrestres y el niño presuroso repetía:

- Dios mío... si ya me voy... Dime su nombre, ¿cómo se llama mi ángel?

- Su nombre no importa, tú la llamaras MAMÁ.

miércoles, 29 de agosto de 2007

La fuente de la vida eterna

Yehuda Halevi habiendo encontrado, en su búsqueda afanosa, La Fuente de la Eterna Juventud, la imaginó lejos. Le dijeron que se encontraba en el valle del Ambros, en la lejana lberia.
Se puso, pues, en camino con sus compañeros, montando un enorme toro embridado con una gruesa serpiente. Llegaron a Hervas y fueron conducidos al monte Pinajarro hasta la entrada de una cueva.
Provistos de antorchas emprendieron la exploración. Los amigos de Yehuda Halevi se sintieron atraídos por el fulgor de las paredes.
Al darse cuenta de que eran piedras preciosas se detuvieron para cogerlas y se llenaron las talegas y así se perdieron.
Su única salvación era guiarse por la luz que provenía del exterior de la cueva. Se dan la vuelta, retroceden, salen y comprueban que no han encontrado La Fuente. Yehuda Halevi, en cambio, continuó avanzando solo y acabó saliendo de la gruta por el lado bueno.
En medio de una pradera había una fuente que vertía agua en una alberca. El ruido del agua al caer era encantador y ésta era de una maravillosa transparencia.
Yehuda Halevi encontró un cántaro en la orilla del estanque y lo llenó de agua hasta los bordes.
En el momento en que iba a llevárselo a la boca, apareció un anciano y le agarró el brazo, diciéndole:

- ¡No bebas, Yehuda, no bebas!
- ¿Por qué? ¿No es esta el agua de nunca morir?
- En verdad vuelve a uno inmortal, pero no debes beberla.
- Pero, ¿por qué?
- Yo la bebí, poeta, hace siglos. Y no he muerto, aun.
- ¿Y bien? Entonces, es verdad que quien la bebe tiene la vida eterna.
- Si, es cierto. Pero yo querría no haberla bebido.
- Y eso, ¿por qué?
- Porque he visto morir a tantos de los que iba queriendo y me querían: padres, hermanos, mujeres, hijos; me pesan mucho sus muertes, las llevo conmigo siempre. ¿Para qué quiero, pues, tanta eternidad si ya nadie me reconoce?

Yehuda Halevi comprendió la tristeza del anciano y tiró el agua del cántaro, pero allí donde cayo el chorro había una minúscula semilla, de ella nació un hermoso árbol, longevo y poderoso, una "encina", que, aun hoy, siglos mas tarde, permanece en pie cobijando bajo su copa a los nietos y bisnietos de Yehuda Halevi, que a su sombra escuchan una y otra vez esta historia de labios del anciano rabí.

martes, 28 de agosto de 2007

Sueños semilla

En el silencio de mi reflexión
percibo todo mi mundo interno
como si fuera una semilla,
de alguna manera pequeña e insignificante
pero también pletórica de potencialidades.
...Y veo en sus entrañas
el germen de un árbol magnífico,
el árbol de mi propia vida
en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene
el espíritu del árbol que será después.
Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol,
Cayendo en tierra fértil,
absorbiendo los jugos que la alimentan,
expandiendo las ramas y el follaje,
llenándose de flores y de frutos,
para poder dar lo que tienen que dar.

Cada semilla sabe
cómo llegar a ser árbol.
Y tantas son las semillas
como son los sueños secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños
esperan el tiempo de germinar,
echar raíces y darse a luz,
morir como semillas...
para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos
que a su vez nos digan, en su solidez,
que oigamos nuestra voz interior,
que escuchemos
la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino
con símbolos y señales de toda clase,
en cada hecho, en cada momento,
entre las cosas y entre las personas,
en los dolores y en los placeres,
en los triunfos y en los fracasos.

Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos,
a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta.

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos
o en relámpagos de lucidez enceguecedora.

Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos...

Y un día, mientras transitamos
este eterno presente que llamamos vida,
las semillas de nuestros sueños
se transformarán en árboles,
y desplegarán sus ramas que,
como alas gigantescas,
cruzarán el cielo,
uniendo en un solo trazo
nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,
...una sabiduría interior las acompaña...
porque cada semilla sabe....
cómo llegar a ser árbol...

Autor: Jorge Bucay

viernes, 3 de agosto de 2007

Ama de casa

Había terminado las compras cuando pasó por delante de la zapatería, y aquel día se le ocurrió mirar la vidriera.

Y los vio, unos zapatos preciosos, color beige, con un tacón de aguja como los de antes, modernos.

Suspiró y siguió caminando. Cuando estaba por cruzar la calle se detuvo por el semáforo, se quedó quieta con la mirada perdida preguntándose ¿Porqué no? ¿Por qué no se los podía comprar?

Eran caros, pero no más que las zapatillas de su hijo mayor... que las corbatas de su esposo... que la computadora de su hija, (que todos usaban menos ella, porque nadie le preguntó ni se ofreció para enseñarle).

Pero, pensó; con el dinero que valían pagaba la factura del teléfono, y las expensas...u otros gastos...

El ruido del transito la hizo reaccionar y volviendo sobre sus pasos se paró otra vez frente a la vidriera.

Suspiro hondo y entró...
Al abrir la puerta de su casa con las compras del día en una mano y los zapatos en la otra, no supo porqué, pero el silencio de la casa vacía la estremeció y un terror interior le lleno los ojos de lágrimas.

Era sábado. Cada uno de sus hijos tenía un plan para salir. Su marido había salido en busca de sus amigos. Que según decía le ayudaban a despejar su mente de tanto trabajo.
Miró la hora, era tarde y tenía que hacer la comida. Dejó las bolsas con las compras en su sitio y fue a cambiarse de ropa.

Puso la caja de zapatos encima de la cama, la abrió, los sacó, los acarició y sintió el tacto suave y cálido. Se sintió feliz al comprarse los zapatos y tenerlos entre sus manos acariciándolos. Se dio cuenta de que estaba acariciando el único sueño que se había permitido en veinte años. Y sintió el vacío más profundo y angustiante que podía resistir.

Una intensa punzada en el corazón le hizo desear la muerte en ese mismo instante. No eran las ampollas ni los callos de sus manos. No era el abandono que poco a poco se había apoderado de ella ni los útiles o herramientas lo que más le dolía. Era el silencio de esa casa, limpia, ordenada, con olor a lavanda, era ese vacío, que la hizo pensar en su soledad.

En esos veinte años, lavando, guisando, comprando para los demás. Dejando escapar sus sueños de niña, ahogando sus fantasías. Y sus lágrimas, las únicas que la acompañaban durante los últimos tiempos.

La comida ya estaba preparada, la mesa puesta, el lavarropas encendido lavando la ropa de la familia. Plancho la camisa de su hijo para esa noche, ordeno las habitaciones. Se puso los zapatos nuevos y salió.

Iba bajando las escaleras despacio, sin prisas, la gente pasaba a su lado con los rostros crispados. Era la hora de cenar y era obvio las ganas que tenían de llegar cuanto antes a sus hogares. Ella, no.

Bajo los últimos peldaños y se dirigió con paso firme por el anden. Llegó hasta el final del mismo y suspiró, ¡ya estaba allí! y ahora...lo más fácil. Había mucha gente pero nadie la miraba.

Y sintió la llamada, como tantas veces, era como si esos hierros tuvieran la fuerza de un imán que la atrajesen, que la hicieran ir hasta ellos. Y así lo hizo, no se resistió y se tiró.

Y por primera por vez fue egoísta, y su último pensamiento fue ¡¡QUE LINDO ME QUEDAN MIS ZAPATOS NUEVOS!!


Cuando les dieron la noticia a su familia, todos negaron la hipótesis del suicido. Debió caerse decían, últimamente andaba distraída, pero tirarse, no, ¿Por qué? Su marido tenía trabajo... sus hijos eran buenos estudiantes... ninguno era adicto a ninguna droga... no padecían ninguna enfermedad inconfesable... la casa donde vivían era suya... tenían un buen coche... nunca hubo broncas, ni peleas fuertes en su casa... su marido aún se acordaba del aniversario de boda... ¡No, no había razón alguna, fue un accidente nada más!

Autor: Mateo Colon

Si alguna vez te sientes así: ¡coge tus zapatos nuevos, haz las maletas y márchate! Márchate tan lejos como puedas, porque este no es el fin sino el principio de la nueva y maravillosa vida que te está esperando.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Las dos ranas

Una pequeña parábola sobre el tremendo poder de las palabras y nuestro efecto sobre los demás.

Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron cuan hondo era el hoyo, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, se debían dar por muertas.

Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras ranas seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió. Ella se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible.

Una vez más, la multitud de ranas le gritó que dejara de sufrir y simplemente se dispusiera a morir. Pero la rana saltó cada vez con más fuerza hasta que finalmente salió del hoyo.

Cuando salió, las otras ranas le preguntaron: “¿No escuchaste lo que te decíamos?". La rana les explicó que era sorda.

Ella pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más para salir del hoyo.

Esta historia contiene dos lecciones:

1. La lengua tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida a alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarle y finalizar el día.

2. Una palabra destructiva a alguien que se encuentre desanimado puede ser lo que acabe por destruirlos. Cualquiera puede pronunciar palabras que roben a los demás el espíritu que les lleva a seguir en la lucha en medio de tiempos difíciles.

Tengamos cuidado con lo que decimos. Pero sobre todo con lo que escuchamos. No siempre hay que prestar atención, utilicemos lo que es bueno. Hablemos de vida, de alegría, de esperanza, de sentimientos, a aquellos que se cruzan en nuestro camino.

El poder de las palabras...

A veces es difícil comprender que una palabra de ánimo pueda hacer tanto bien.... Más aun es difícil comprender que no decir una palabra de ánimo pueda causar tanto mal...... NO nos quedemos callados...

Pero fíjate lo que dices...