jueves, 24 de mayo de 2007

La deuda con la vida

Un día la vida tomó la figura de un joven apuesto y se puso a caminar por el mundo. A la orilla del bosque vio una cabaña, entro y encontró allí a un hombre pobre, enfermo de elefantiasis: todos sus miembros estaban hinchados y tan deformes que se movía con mucha dificultad.
- ¡Oh! ¿Qué venturosos vientos te trajeron a mí? ¿Quien eres tú? -Dijo el enfermo.
- Soy la vida -respondió el caminante- Algunos me reconocen cuando llego, pero no cuando vuelvo. Yo voy y vengo; volveré por estos lugares dentro de siete años.
- Pero ¿por qué gimes tanto?
- Tengo una enfermedad horrible; ha destruido mi aspecto humano y me ha quitado la alegría de vivir. Ya no puedo más.
- Si quieres -dijo la vida- te curo. Pero tú me olvidarás.
- ¡No! -le aseguro el enfermo- Guardaré eternamente en mi memoria a quien me cure y le estaré agradecido para siempre.
La vida esparció un polvo misterioso sobre el enfermo, y este quedo curado como por encanto.

La vida siguió su camino y enseguida llegó a la cabaña de un leproso.
- Bendito tu que vienes a mi -exclamo el leproso al ver al hermoso joven- ¿Puedo saber tu nombre?
- Yo soy la vida -dijo el recién llegado- Algunos me reconocen cuando llego, pero no cuando regreso. Voy y vengo. Volveré por estos rumbos dentro de siete años. Puedo curarte, pero ¿te acordarás de mi?
- No te olvidare mientras viva -dijo el leproso.
La vida lo curo y siguió su camino.

Al llegar a una aldea se encontró con un ciego que buscaba el camino con un bastón cuando oyó pasos, se detuvo y preguntó:
- ¿Quién va? ¡Cuidado con este pobre ciego!
- Yo soy la vida. Algunos me reconocen cuando llego, pero no cuando vuelvo.
Cuando llegó, curo también al ciego y desapareció.

Pasaron los años, y a su tiempo, como lo había prometido, volvió, pero esta vez oculto bajo la figura de un ciego. Era tan tarde cuando llegó a la cabaña del ciego que había curado. Tocó la puerta. No estaba, pero le abrió su esposa.
- Tenga piedad de este pobre ciego -dijo la vida- Conozco a su esposo ¿me puede dar un refresco mientras lo espero? Me basta con un poco de agua.
- Mi esposo es un verdadero tonto -refunfuñó la mujer- Trae a casa a cuanto pobre se encuentra.
Puso un poco de agua sucia en una vieja jícara y se la ofreció de mal modo al falso ciego. Por fin llego el señor de la casa, y la vida se dirigió a él:
- Estoy de paso dijo, ¿puedes darme alojamiento hasta mañana?
El hombre murmuró algo, después extendió una estera en la esquina de la cabaña y dio al ciego un puñado de cacahuetes.
Cuando despunto al alba, la vida llamo a su anfitrión y le dijo:
- ¿No te dije que algunos conocen a la vida cuando viene pero no cuando regresa? Tú no me has reconocido, porque la ceguera se ha quedado en tu corazón y volverá también a tus ojos. Dijo esto y salió dejando tras de si una polvareda. El hombre volvió a ser ciego, como siete años antes.

Cuando la vida llego a la cabaña del antiguo leproso se cubrió de una lepra tan horrible que la seguían enjambres de moscas. Tocó la puerta, pero aquel hombre, viendo al leproso no lo dejo entrar y rehusó darle de comer porque estaba demasiado sucio.
- Te lo había dicho -le recordó el caminante- algunos conocen la vida cuando viene pero no cuando regresa.
Y se marchó, dejando tras de si un reguero del misterio polvo. El hombre ingrato se cubrió de nuevo de tanta lepra que la carne se le caía a pedazos.

Cuando llegó a la cabaña del antiguo enfermo de elefantiasis, la vida se hinchó los miembros de tal modo que a duras penas podía caminar. Se asomó a la puerta y dijo:
- Buen hombre, un poco de refresco por caridad.
- Adelante. Entra -dijo el hombre, apresurándose a ayudar al fingido enfermo- ¡Oh, qué desgracia! Tan joven y tan enfermo. Yo también, hace tiempo, tuve esa fea enfermedad, pero pasó por aquí un buen hombre y me curó. Quizá…
Y mientras hablaba puso a cocer un plato de arroz, dio al enfermo nueces y una jícara llena de leche fresca; después preparó un asado de carnero y se ocupo de cuidar al enfermo. En la mañana, la vida se presentó como el joven hermoso que era y dijo:
- Tú has reconocido a la vida también a su regreso. No olvidas los beneficios recibidos y sabes socorrer a quien sufre lo mismo que tú has sufrido. Por eso permanecerás sano y gozaras de prosperidad.
El hombre quiso hacer un regalo a la vida, unas vacas. Pero el joven se lo agradeció diciendo:
- No tengo necesidad de riquezas. Quiero que recuerdes una cosa importante: La vida puede cambiar y traer hoy bienes y mañana males, pero con frecuencia depende de ustedes hacerla mejor o peor.

La vida nos ha entregado a muchos una oportunidad, debemos aprender a aprovecharla, pero debemos siempre saber cuando se presente a cobrar, ser lo suficientemente agradecidos y pagarle eso que tenemos, que la propia vida nos dio.

Tratemos de poner lo mejor de nosotros siempre con todos, principalmente con la familia para que el día que no estemos aquí, dejemos recuerdos lindos y que nos extrañen con cariño.

No hay comentarios: