lunes, 10 de septiembre de 2007

Nieve

Una nieve dura, fría, inhumana caía sobre una pequeña aldea, perdida al final del mundo. En ese pueblo jamás creció una flor, jamás cantó un ruiseñor. Los vecinos del pueblo, tristes y fríos, no hablaban ni reían. Cuando salían de sus casas, lo hacían corriendo, sin perder tiempo en echar una mirada a su alrededor. No había nada que ver: todo esta cubierto por la nieve, a veces blanca, a veces gris.

Los niños no conocían ningún cuento, ninguna canción. Ningún juego. Sólo sabían leer y contar. Tenían la misma mirada triste que sus padres. Su futuro se limitaba a ver las mismas personas las mismas cosas durante le resto de sus vidas. Nada merecía la pena.

Un día, en este lejano y frío pueblecito perdido en el último rincón donde acaba el mundo pasó un ruiseñor y se posó en una de las ventanas de la panadería, único sitio de donde emanaba un suave calorcito. La vieja panadera, extrañada, se le acercó y le preguntó: ¿Pajarito, te ocurre algo?

El ruiseñor en un santiamén se acurrucó en el hombro de la anciana y le susurró al oído. “Pronto llegará una bella y desolada mujer que huye de la traición y del engaño. No la rechacéis por el color de su piel, de su cabello, de sus ojos. Será la luz que os salve de vuestras tinieblas.”

Ese día la mujer contó a su familia y a todos sus vecinos lo ocurrido. Nadie la creyó. Nunca ningún pájaro se había detenido en la aldea. Además, todo el mundo sabía, por haberlo aprendido en el colegio que los animales no hablaban. Nadie sabía que los cuentos existían y que a menudo, un protagonista se escapaba de las páginas mágicas para transformar la vida de la gente triste, ignorante y a veces cruel.

Durante este duro invierno, la anciana murió suplicando a sus familiares que atendiesen de lo mejor posible a todos los extranjeros que acudieran al pueblo.

El día del entierro, apareció por la aldea una mujer morena de largo cabello negro. Sus ojos tenían el color y el calor de la miel dorada recién sacada de los panales, su voz era semejante al canto del ruiseñor… pero no la entendían.

No entendían su idioma, su forma rara de vestir ni la tristeza que invadía sus bellos ojos.

Algunos tuvieron miedo. Podía ser la enviada del demonio por su piel oscura, sus ojos amarillos y ese idioma que nadie conocía. Otros recordaron las palabras de la anciana y se conmovieron. Esta bella mujer necesitaba ayuda, tenía frío y hambre. Su cuerpo y su alma estaban heridos.

La cobijaron, le dieron comida, afecto.

A final del invierno se percataron que la bella mujer esperaba un bebe que no tardaría en nacer.

Una mañana gris del mes de Abril, después de una tempestad de nieve, el bebe decidió que ese día era propicio para nacer. Por primera vez, después de muchos siglos de indiferencia el pueblo se conmovió. Era el primer bebe que nacería antes de que bajaran las temperaturas. Todas las mujeres sabían que sus hijos tenían que venir al mundo entre Junio y Agosto para poder sobrevivir. Este pobre renacuajo no soportaría los diez bajo cero de aquella mañana.

El niño nació. En vez de llorar cantó como un ruiseñor, abrió sus ojos color de miel y sonrió a todos los que estaban a su alrededor. Su piel era oscura como la de su madre y su fino pelo tenía el mismo color miel que sus ojos.

Unos minutos después de su nacimiento los aldeanos vieron con gran sorpresa que el sol brillaba, que la nieve se derretía, que una manada de pájaros sobrevolaba el pueblo. Un milagro acaba de ocurrir. Era la primera vez que aparecía el sol, que una bandada de pájaros intentaba anidar en los árboles desnudos del último pueblo al final del mundo.

Era la primera vez que se reían, que tenían calor y veían brotar del suelo unas florecillas cuyos colores formaban el arco-iris.

El ruiseñor volvió y se posó en la ventana de la panadería. La gente formó un corro para escucharle. Les contó un cuento y la magia de las palabras envolvió el corazón de todos. Habían entendido, que para que cambiase sus vidas tenían que pararse a escuchar y ayudar a lo demás.

La vida, el mundo, sólo cambiaron cuando los vecinos del pueblo miraron a su alrededor, entendieron el sufrimiento de los demás.

Autor: Harmonie Botella

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