lunes, 5 de noviembre de 2007

Torneo de campo

Una vez llegó a la selva un mono que había estado en cautiverio. Y a todos les contaba acerca de las costumbres de los humanos.
Contaba, por ejemplo, que en las ciudades los hombres calificaban a los artistas en competencias, a fin de decidir quiénes eran los mejores en cada disciplina, pintura, dibujo, escultura, canto...

La idea de trasplantar costumbres humanas prendió con fuerza entre los animales y quizás por ello se organizó de inmediato un concurso de canto, en el cual se anotaron rápidamente casi todos los presentes, desde el jilguero al rinoceronte.

Guiados por el mono, que había aprendido en la ciudad, se decretó que el concurso se definiría por el voto secreto y universal de todos los concursantes, que serían de esta manera su propio "jurado".

Así fue. Todos los animales incluído el hombre pasaron al estrado y cantaron, recibiendo el más o menos intenso aplauso de la audiencia.

Luego anotaron su voto en un papelito, y lo colocaron doblado en una gran urna que sostenía el mono.

Cuando llegó el momento del recuento, el mono se subió al improvisado escenario y flanqueado por dos ancianas lechuzas, abrió la urna para leer y comenzar el recuento de los votos del "transparente acto eleccionario", "gala del voto universal y secreto" y "ejemplo de vocación democrática", según dijo y tal como había escuchado decir a los políticos en las ciudades.

Una de las lechuzas sacó el primer voto, y el mono, ante la emoción general, gritó:
- El primer voto, hermanos, es para nuestro amigo el Burro!!!

Se produjo un silencio, seguido de algunos tímidos aplausos.

- Segundo voto... para el Burro!

Un murmullo de incredulidad corrió entre los presentes.

- Tercero... Burro!

Los concurrentes comenzaron a mirarse, sorprendidos al principio, acusadoramente después, y por último, cuando proseguían apareciendo votos para el Burro, cada vez más culposos y avergonzados de sus propios votos.

Todos sabían que no había peor canto que el desastroso rebuzno del equino. Sin embargo, uno tras otro, los votos lo elegían como el mejor de todos los cantores.

Y así sucedió que, terminado el escrutinio, quedó decidido por "libre elección" del "imparcial" jurado, que el desigual y estridente grito del Burro era el ganador.

Y así fue proclamado como LA MEJOR VOZ DE LA SELVA Y ALREDEDORES.

El mono explicó después lo sucedido: cada concursante, considerándose a sí mismo el indudable vencedor, había dado su voto al menos calificado de los concursantes, aquél que no podía representar amenaza alguna a su propia proclamación.

La votación fue casi unánime. Sólo dos votos no fueron para el burro: el del propio burro, que nada tenía para perder y votó sinceramente por la calandria, y el del hombre que (cuándo no), votó por sí mismo.

Autor: Jorge Bucay

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