viernes, 11 de enero de 2008

Póstuma bigamia

La muerte fue lo único que pudo controlar a Pedro. Durante veinte años estuvimos casados y por diecinueve años había convivido con otra mujer sin que las dos nos enteráramos. Siempre vivía quejándose de la cantidad de trabajo. Hasta los fines de semana tenía que soportar sus ausencias.
El día del entierro, otra mujer de luto como yo, lloraba desconsoladamente a la par conmigo. Nunca la había visto y me pareció extraña tanta pena. Pensé que era algún familiar, posiblemente una hermanastra que por aquello de guardar las apariencias no me la había presentado. Conmovida por su llanto y su desolación me acerqué a consolarla. Le pregunté que si era la hermana del difunto y moviendo la cabeza me hizo entender que no. Sacando mi orgullo a relucir le dije un poco altanera que se había equivocado de funeral. Bruscamente levantó la cara, enjugó las lágrimas y con una tristeza profunda que me atravesó el alma me dijo: ¡Es que no se da cuenta que soy su esposa!

Autora: Ana Kohly

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